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Selected Poems of Juan Carlos Mestre

HERÁCLITO

Mi padre dijo: Hoy es el día del fuego
en cuya destrucción todo es diferente.
Ancho era el mar y yo quería buscarme a mí mismo,
rodee su cuello con dulzura, sus extinguidos brazos,
aquellos que tensaban el arco y en la luz del día
caricia exacta de más y más amor hacían.
También el humo hace toser a los dioses,
por eso padre mi alma está llena de fuego.
Yo le decía, pero su sueño era hallar la orilla,
averiguar el inicio de la costa, botar naves.
No se da cuenta que el agua quemó ayer todas las playas.

LO QUE SÉ DE MI


Yo he nacido aquí junto a las altas lilas del verano
y los verdes racimos amargos de la aurora.

Yo he nacido entre las rosas que han muerto
y el mustio follaje de los jardines de un sueño.

En las transparentes alamedas que canta el ruiseñor
y abre el rocío con su cuchillo de cristal en la mañana.

Como la hoja que cae sobre un sepulcro
yo he pisado al nacer esta piedra y su luz me ha salpicado.

Como el que nace para la música y talla la madera o la roca
y escucha su voz crujir bajo el cincel y no pregunta.

Yo he nacido duro de corazón y equivocado,
pero vosotros me habéis dado la tierna mano de la primavera.

El que sopla las estaciones y hace reverdecer al árbol muerto
ha mirado esta rama joven que no ardía.

Al consumido en su luz y al que el amor destierra
mis días por igual se han parecido.

Como aquel que al entrar en su casa se encuentra con la mar
y goza y es feliz y se queda con ella para siempre.

Yo he nacido aquí antes de que mi corazón se diera cuenta
y una dulce mujer se acercara a mi sombra como madre.

Desde entonces he sido melancólico y triste
porque he contado los astros y la lluvia y la arena.

De lo ajeno he tenido la bondad de la tierra
y de lo mío la nada en su infinita certeza.

He visto a los hombres mirar hacia el cielo
como buscando la vida que junto a ti se les niega.

Y he padecido con el dolor entre todos
y no he cerrado la puerta al florecido en su odio.

Al que marcado con saliva se esconde de los muchos
lo he elegido más cerca de mi corazón que a los otros.

Y he contemplado a los pájaros
resolver en el vuelo el misterio del aire.

Yo he nacido aquí junto a la piedra de Cluny
donde brota el mirto su tallo en la maleza.

Pero no he sido feliz,
mi memoria se ha cansado de llover y esperarte.

Nada pudo la abundante espiga del dolor contra nosotros,
cuanto más me iba, más tu amor me aprisionaba.

Y así he sido claro bajo el sol y también fuente
donde vienen a beber desde el fondo del mundo las estatuas.

Y un día, un día como hoy resplandeciente y puro
rozado tal vez por el deseo se acercó a la ventana mi figura.

Y al ver todo transido de pétalo aquel cuerpo
salí como siguiéndola y me perdí en su calle.

Yo te he amado pequeño pueblo entre dos ríos
donde supo mi corazón el don de la palabra y las alondras.

LA TUMBA DE KEATS

(Fragmentos)

The poetry of earth is never dead.

John Keats

 

 

Esto sucede ante la hora izquierda en que mi vida,

violenta juventud contra el poder de un príncipe,

llama jauría a la verdad y belleza a los puentes derrumbados.

Llama flor del frío a la tumba de los náufragos,

astrolabio muerto a la nieve de los locos.

Hornea un talco negro el hambre de la muerte,

la edad de los sentidos, el obstinado aliento

de la cansada luz de octubre en el baúl de abejas.

Brota sobre esta duna blanca la vehemente hierba de las islas,

la implacable hormiga en el blando bulbo de la boca helada.

Con guantes de forense sale la noche verde de su estuche

y la tempestad retumba por el otoño roto de las ánforas.

Tiene aquí mi corazón la edad del mundo,

el pez de piedra bajo el que los recién nacidos duermen.

Sufre el impaciente un reloj de sol bajo los párpados,

la aguja inmóvil como retina fría de los caballos muertos.

Mi vida es el temblor del consternado y el indigente ciego,

la constelación del triste en un festín de víctimas.

No conozco otra conciencia que la oscuridad translúcida,

la sábana de vidrio sobre la que la infernal razón se acuesta.

Vivo separado del rumbo de las cosas, hablo el miedo

de un heredero alzado contra el funesto monarca de las ciénagas.

No espero nada de los dioses, nada de la memorable epidemia de sus jueces.

Soy distinto ante el esclavo y el enano, soy el mismo suplicante y el eunuco.

Soy el transeúnte de la atmósfera, el anhelante oscuro del relámpago.

Oigo voces, oigo al temeroso y al anciano, sé que un caballo es un momento.

Oigo pasos, oigo el lastimoso trueno que al perenne huérfano perturba.

Tengo por amigo al penitente mar y al anticuado otoño,

amo la imperturbable soledad del hombre y la confidencia de los pájaros.

Llamo inalcanzable a la distancia que hay entre dos cuerpos,

alternativamente invado el país del fracaso y el suelo natal de la victoria.

Fui adolescente y me envenené con lumbre, fui déspota incansable

contra la vanidad que hastía la fiesta de los cuerpos.

No he llegado más lejos de mí mismo que una moneda del avaro está de otra,

considero estéril el invierno, considero el azul imprescindible.

Me ocupo con horror de los esfuerzos que hace cada día el sol por elogiar la tierra,

siento simpatía por el primitivo lúcido y por el débil infeliz metódico.

Prefiero la melancolía del cobarde a la furia invencible de los héroes,

prefiero el desamparo de los campos a la rígida ambición de los sepulcros.

Dios está cansado de escucharnos, están cansados los hombres y los perros,

la nostalgia es una canoa a la deriva por el río blanco de la muerte.

 

 

No me arrepiento de nada ni de nadie, la vida es un monólogo

entre la índole extinguida de una estrella y la natural semilla.

Mi alma crece silenciosa hacia un lugar incierto,

allí las fieras luctuosas, allí el sicario gótico y el infortunio ciego.

Brota el arco iris de los cálices que sostuvo Homero,

le brota su cuerno al fauno, el eco al precipicio, su luz al cielo.

Ésta es la frontera de mi vida, ésta la hora izquierda

exacta en el destino del corazón de un prófugo.

Yo iré donde tú vayas vida esquiva, en tempestad, de noche,

junto al fugitivo cazador de las lagunas, con el presidiario absuelto,

yo cruzaré los médanos con lumbre, yo abrasaré los remolinos ciegos.

He sido parcial con los vencidos, seguiré siendo parcial ante los muertos.

Recuerdo de mi infancia tres peligros,

recuerdo el mal, los ojos sin pretexto del maldito,

recuerdo el aire que había en las palabras,

recuerdo un sueño, su prodigio, recuerdo el asno blanco del lechero.

He vagado por ahí, irrevocable, alegre, desmedido,

he ofendido con voluntad a los jerarcas

y al atónito perpetuo en su torre de herrumbre.

HISTORIA SECRETA DE LA POESÍA

Al octavo día los poetas despreciaron la serpiente, Ilhan Berk añadió entonces una torre al Mar de Galilea, el ciervo fue al mercado, la luz afiló su noticia en las columnas. El viento todavía no inclinaba el humo, no había moscas en el matadero. Al día siguiente el cuello de las floristas se alargó hasta el primer centenario, la tierra se desnudó, Ilhan pensó en todas las cosas que no había hecho.

 

Era el séptimo día, es decir, un huevo de alondra. Ilhan se avergonzaba ante su saber porque no llovía y la rama de olivo ya había sido cortada. Entonces llevó a sus hijos al cine, fue al taller del zapatero, compró panecillos. Cayó la noche como una pelota de goma en el patio de al lado. Ilhan la recogió y la puso en la puerta del sexto día para que jugaran Ivy, Leila y Ahmet.

 

Así fue, llegó el quinto día preguntando dónde vendían pescado, la hija del afilador fue en bicicleta a llevarle pan a su erizo, las rosas salieron del aburrimiento, el amarillo eligió su oficio.

 

Deprisa se hizo la noche cuarta, salieron los rebaños sobre las chimeneas, la luna pacía con las gacelas y los membrillos olían como los bazares. Ilhan hizo café de higo, pensó en una llave y se acostó.

 

Al tercer día se oyó decir que alguien había inventado una silla, Ilhan miró al sol, se acordó del desierto y le envío una carta. Le había crecido la barba como un jardín y fue a dar una vuelta por Estambul.

 

Era ya la víspera del primer día cuando una mujer preguntó la hora en qué habría de nacer su hijo. Tenía la cara pálida como las manos de las lavanderas. Eso quiere decir que alguien podía hervir agua y regar los geranios al levantarse, también ir a una isla y regresar. Ya casi era hoy.

 

 

Las gallinas cantaban, sus patas eran azules como la historia de un viaje contado en la cantina. “Puede oírse el cielo”, dijo.

 

 

Al día siguiente Ilhan se puso una camisa blanca y descansó.

CEMENTERIO DE ELEFANTES

Perdiste el elefantito de oro que te regaló tu madre en septiembre del 56

y el de lapislázuli que te regalé yo al cumplir los diecinueve.

Perder un elefante establece algún tipo de vínculo con la superstición,

Violeta Parra había extraviado el suyo entre el serrín de la carpa

la tarde del escopetazo, años después lo encontró su hermano, Nicanor,

pisoteándole el jardín a un poeta al que le habían dado el Nobel.

Tarde o temprano, la felicidad termina siempre por no encontrar a su dueño.

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